sábado, 28 de junio de 2008

Las Campanas y los Susurros (escrito en el verano 2007-2008)

I


Oh , las campanas truenan,
truenan sonidos
blasfemados,
heridos,
golpeados por balas
disparadas
atentas, atestadas,
salidas del cambio
cambiadas por la niebla
dominadas por trenzas,
trenzas gruesas,
trenzas cósmicas,
que exclaman
exclamaciones
figurativas
de otras exclamaciones,
de otros objetos
que caían gravitatorios
a las puertas
que se abrían
y se cerraban,
y abrían,
y cerraban,
la entrada,
a otras entradas
que osaban entrar
al mundo claro,
al mundo oblicuo,
de rayos ostentosos
de tanta luz,
luz brillante,
intelectual,
inimaginable,
intangible,
corriendo por diferentes lugares,
por nubes,
que caen y golpean
con fuerza, con vigor,
con esperanza y rigor,
con disparos y granadas
las doradas campanas
que empiezan a cantar
desafinadas,
oxidadas,
de tanto golpe,
de tanto escarnio,
de tanto galope,
galope asesino
galope rápido,
aventurado en los bosques,
bosques de espinos,
espinados y venenosos,
sangrantes y violentos,
que hieren y hieren
y lento,
lento y compacto,
compacto pero con fuerza,
con fuerza vehemente,
con fuerza estranguladora,
de grandes gigantes
que pisotean las nubes
con sus plantas poderosas,
con sus dedos aplastantes
y sus uñas olorosas,
que al comer golpean
sus dulces meriendas
para ablandarlas
y así sus migas
caen con desidia
sobre los bronces resonantes
resonantes de tristeza,
resonantes de oscuridad,
resonantes de tinieblas,
tinieblas oscuras,
oscuras y tenebrosas,
que enervan las carnes
al punto de dejarlas caer
por ríos de sangre,
ríos frondosos,
ríos brillantes,
que se alzan
y se emancipan
de los corazones crueles
que gotean su veneno
como ácido sincero.

ácido y mortero,
mortero y genocidio,
huida y asilo,
asilo candoroso,
cálido y hermoso,
que refugian las campanas,
lejos del sufrimiento,
lejos de los bombardeos,
de recuerdos ácidos,
de recuerdos sangrientos,
de estucadas profundas,
profundísimas y difuntas;
difuntas,
pues su alegría
se ha separado de la vida

Aunque así no es siempre,
por ejemplo,
a veces, como ayer,
en el que las campanas
solían cantar
notas rubíes,
notas que escritas
parecían cuadros,
parecían luces,
parecían llantos
de emoción,
llantos iluminadores
creadores
de nuevas melodías,
que reparan a la campana
decaída y roñoza,
para levantarla
alegre y poderosa
como hoy día,
en el que un arrebato
levanto la bandera
de la guerra
a la oscuridad,
bandera de la libertad,
sobre la tierra
en la que se alza cantora,
la campana sonora
y bella.


II


Parecen escapar lentos
los susurros, como viento,
susurros fantásticos siento,
que vuelan de las bocas sin tiempo

Escapan sucios, con miedo
de las cerradas bocas con hierro,
hierro censurador, que yo no llevo,
por las pobladas calles en el suelo

En cada una de ellas
se ha plasmado aterrada,
la marca separada
de los sin techo y sin pan.

Quizás con pan,
pero pan fungoso
pan desechado por bocas llenas,
pan vomitado de los sacos con dinero.

Quizás pan momentaneo
que solo llega un dia al año
como la sonrisa a la tierra
de mis campos, la tierra desolada.

Solitaria mi tierra y mis campos
que parecen hablar con gritos
gritos desesperados, que parecen susurros,
susurros nublados, refractados.

Reflexionados por sus hojas
como un dulce lema,
por el que se da la lucha
la soleada lucha eterna.

Lucha al lado de los susurros,
en contra de los sucios timadores,
que nos han traicionado
y nos han flagelado
con látigos y piedras,
con esperanzas sempiternas.

Quizás levantemos con alevosía
nuestra bandera,
crepitante de susurros,
susurros completos,
susurros que son gritos,
susurros sangrientos,
gritos que son susurros,
pero que juntos forman rayos
que nacen de los árboles,
y derriban y queman las nubes,
nubes parasitas de nuestras tierrras,
nubes amantes de nuestras penas.

Penas, que son solo susurros,
susurros pequeños y débiles,
susurros, solo susurros,
que se pierden ignorantes,
por las calles inmundas
y esclavas del caminar mecánico
de las máquinas vivientes
que suelen susurrar cantos,
como flores violetas
que vuelan por el sol
y parecen estruendosos gritos,
poderosos bombardeos
de populares susurros
que llueven
desde los despejados mantos azules
con forma de gotas, copos
y granizos estridentes
sobre las grandes mansiones,
en las que se lamentan los grandes,
y lloran, y se arrepienten,
al ver la caida del mundo
en su propia puerta,
en la que muchos golpean
con sus dulces susurros
como disparos de armillas,
revolveres de escupos acuáticos y
pequeños ruegos empequeñecedores.

Y se presentan ante las grandes puertas
de los grandes dueños
que estan manchadas
de rojo sudor;
se presentan a sudar
los inocentes susurros,
que tienen el olor magnánimo de la leche,
leche campestre y vacuna,
y entran a las casonas
y son masticados
y son probados
hasta que se van
personificados
en amargas
pazas
arrugadas
y feas,
como tierra deshidratada,
como árbol viejo.


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Por Liniers

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Alberto Montt