viernes, 20 de junio de 2008

El sillón

Me sulfura, enerva,
destruye y atenta
contra mi puño altivo
la comodidad de sus tronos
que los atan para no pararse
a ver el alba de los esclavos
destruidos por la hiedra,
desde su ventana.

Se ve como se carcomen
sus ojos, sus vísceras, su boca
y los atraviesa la mala hierba
y por montones,
y los desdobla,
y los sube,
y los deja caer
y corren los borbotones
a destajo
y su sangre sabe
a hambre, a trabajo
y al sufrir que han mostrado eterno.

Y los otros de los sillones majestuosos
siguen escribiendo la indiferencia
en un locus amoenus
que esta más lejos que la lejanía;
son corazones llenos de apatía.

Y yo,
y el alba
y el patio,
somos una olla a presión,
la hiedra nos destruye,
y nos sulfuramos
por culpa de aquellos sillones acolchados,
pues si no fuese por esos pies encadenados,
más bocas cortarían la maleza con sus puños
y describirían sus terrenos,
despues de haber hecho una limpieza,
-hecho que añoro con entereza-
para calcar en sus ojos el mundo ameno.

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Por Liniers

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Alberto Montt