jueves, 13 de marzo de 2008

Mar

¡Oh, Mar de las nubes itinerantes!,
eres el génesis
de la primavera
que vuela sobre la lluvia
y sobre la niebla,
iluminando las estepas
con tu ojo hermoso,
como cíclope,
que descansa sobre el mar,
y se esconde somnoliento
irradiando su ternura
naranja con el viento
y se esconde con premura
bajo el tiempo,
bajo la luna.

Eres sinónimo
de la dulce nostalgia
y de sus ojos de roble,
profundos como río
que viaja desde las vetas canosas
de mi tierra,
hasta los pies sonoros
que pisan tu eternidad,
sin tiempo,
con suavidad;
puros y transparentes
como el cielo que te ilumina
bajo la pira solar
prendida con espontaneidad
por el ventilador
que te hace bailar.

Eres un lento natural,
que baila
con mi corazón
solo con el mirar,
que me hace mirarla,
¡A ella!,
expresión tangible
de tu constante danzar,
mariposa petalada
de tu blanco rocío,
de tu blanco brillar.

¡Oh, mar de las nubes itinerantes!
te has llevado las mías,
y se han ido con las vuestras,
y su rocío se ha plasmado
con gotas de tinta
en el cuaderno
como rayo sicodélico
de espasmos
que crepitan elefantes
y caen pesados,
enterrandose y fundiendose
con el paisaje.

¿Donde quedaron tus manchas?
¿Están transitando
en algún lugar recondito,
que no he visitado?
¿o tengo que buscar las 20 manchas
en el libro de las 20 fotografías?

...Eso ya no importa,
pues ahora
te estoy acariciando
y pareces responderme
con tus suspiros maritimos
y pareces recordarme
las caricias
suspiradas por mi vida
suspiradas en su pecho
y parezco transportarme
a un paraiso pertinaz,
que desaparece en un verso,
en roce nuboso,
en una salpicada
de tu escencia
a mi boca,
y parezco recordar
que es solo un recuerdo,
pero a la vez,
una letanía
para que me quede
en el recuerdo que me recuerdas,
y no es para vivir recordandolo
sino que para que el recuerdo viva
y deje de ser solo eso,
tal como tu tranquilidad,
que se transforma en ola
y parece gritar al viento
su belleza intermitente,
para atraer a sus pies
a los locos que necesitan respirar
un poquito de tu aire,
aire pacífico,
que se lleva a las nubes
hacia los mantos lejanos,
dejando viva la claridad
en tus fauces.

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Por Liniers

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Alberto Montt